sábado, 12 de enero de 2013

El guiño de Sísifo


Hace ya casi un mes que me duele un hombro, un dolor molesto aunque no especialmente intenso. Un contratiempo más en mi vida.
Una vida en la que las cosas raras veces me salen a la primera y en la que siempre he tenido que esforzarme. Tal vez tenía razón Albert Camus cuando, en un ensayo precioso, hizo un hermoso paralelismo entre nuestra vida y el mito de Sisifo.
 
Se trata de un personaje de la mitología griega, de él cuentan que cuando la muerte fue a buscarle le puso grilletes. Podeís imaginar lo que se lió en un mundo donde la gente ya no moría. Los dioses tuvieron que enviar a Ares, el dios de la guerra para arreglar el asunto. Ares se llevó a Sísifo al inframundo. Sin embargo Sísifo antes de morir le había dicho a su esposa que cuando muriera no realizara el sacrificio que se solía ofrecer a los muertos. En el infierno Sísifo pidió un permiso para volver al mundo de los vivos para castigar a su esposa. Regresado a Corinto se la pensó dos veces antes de regresar a aquel lugar inhóspito que es el infierno y solo unos cuantos años más tarde Hermes logró devolverlo al infierno. Su castigo en el infierno consistía en empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez. Yo me imagino a Sísifo empujando esa enorme piedra, pero no lo veo triste. En mi mente imagino que aprovecha un momento en el que los dioses no miran para guiñarme  el ojo casi a decirme “si esos supieran lo que disfruto subiendo esta piedra me hubieran dado otro castigo así que shhh …. no se lo digas a nadie, pero soy feliz”.

Esta noche Sísifo ha vuelto a visitarme, sabe que yo también disfruto empujando las piedras que la vida pone en mi camino. Cuando le dije que me dolía el hombro me guiño el ojo “se feliz – me dijo  - tienes una vida maravillosa”
“Tienes razón - le contesté – una vida única, irrepetible”. Después de despedirme de él volví a leer una historia que me descubrió Bucay, la historia del “círculo del 99” y que qiero regalaros, junto con esta reflexión.

EL CLUB DEL 99
(Para todas las personas que sienten que en su vida le falta algo)
Habí­a una vez un rey muy triste que tení­a un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un dí­a el rey lo mandó a llamar:" Sirviente -le dijo- ¿cuál es el secreto?" ¿Cuál secreto, Majestad? "¿Cuál es el secreto de tu alegrí­a?" No hay ningún secreto, Alteza."No me mientas, sirviente. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira." No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto."¿Porqué estas siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿Porqué?"

Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz? "Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado." Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustarí­a más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando..." Vete, vete antes de que llame al verdugo! El sirviente sonrie, hizo una reverencia y salió de la habitación.

El rey estaba como loco. No consiguia explicarse cómo el sirviente estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana."¿Porqué es feliz?" Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del cí­rculo."¿Fuera del cí­rculo?" Así­ es."¿Y eso es lo que lo hace feliz?" No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz." A ver si entiendo, estar en el cí­rculo te hace infeliz." Así­ es."¿Y cómo salió?" ¡Nunca entró! "¿Cuál cí­rculo es ese?" El cí­rculo del 99. "Verdaderamente, no te entiendo nada" -dijo el Rey-.

La única manera para que entendieras, serí­a mostrátelo en los hechos. " ¿Cómo?" Haciendo entrar a tu sirviente en el cír­culo. "Eso, obliguémoslo a entrar!!" No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el cí­rculo. "Entonces habrá que engañarlo." No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo en el cí­rculo. "¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?" Si, se dará cuenta. " Entonces no entrará." No lo podrá evitar. "¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo cí­rculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?" Tal cual. Majestad, ¿está dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del cí­rculo? " Sí" Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. 99 "¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?" Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.

Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del sirviente. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendía la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía  "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste". Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía.

El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremecía, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró a su hogar. El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que había sobre la mesa dejando sólo la vela. Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podían creer lo que veían.¡ Era una montaña de monedas de oro! él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas !! El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar a la luz de la vela. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así  jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas !!! Su mirada recorría la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. * "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. " Me robaron -gritó- me robaron, malditos!! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "sólo 99".

"99 monedas. Es mucho dinero", pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo pero noventa y nueve, no. El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible gesto, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía  escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.

Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibí­a, en once o doce años juntarí­a lo necesario. "Doce años es mucho tiempo", pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, al terminar su tarea en el palacio a las cinco de la tarde, podrí­a trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reunirí­a el dinero. Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habrí­a para vender...Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegarí­a a su moneda cien.

El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente habí­a entrado en el cí­rculo del 99... Durante los siguientes meses, el sirviente siguía sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas. "¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo." Nada me pasa, nada me pasa. "Antes, no hace mucho, reí­as y cantabas todo el tiempo." Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querrí­a su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también? No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor...
 

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