Hace unos días publique un
texto sobre Santa Lucía y sobre la tradición que tenemos en Verona.
Después de publicarlo fui
reflexionado acerca de la ceguera, y llegué a darme cuenta que los humanos
somos más ciegos cuando nos limitamos a ver con nuestro ojos y creemos ver.
Aprender a ver con los ojos del
alma es difícil, pero es lo que más nos llena.
Cuando miro con los ojos del
alma me doy cuenta de lo que sientes, cuando miro con los ojos del alma me doy
cuenta de que hay muchas personas sufriendo en este mundo, cuando miro con los
ojos del alma la vida me sonríe y yo le guiño un ojo.
Cuando miro de verdad más allá
de la superficie, descubro mundos nuevos, emociones nuevas, pensamientos nuevos,
sabores nuevos:
Cuando miro con los ojos del
alma, de mi alma, de tu alma, del alma del mundo, cuando lo consigo, me siento
libre, cuando miro con los ojos del alma.
Y con esta reflexión os regalo
un hermoso cuento, que podría ser real, que es real si tu yo lo creemos.
Dos hombres, gravemente enfermos, compartían el mismo cuarto en un
hospital.
A uno de ellos lo
hacían sentar una hora por día recostado en su respaldo para favorecer un
drenaje. Su cama daba a la única ventana del cuarto. La cama del otro, en la
otra extremidad quedaba al margen de toda posibilidad de ver hacia afuera.
Los enfermos,
tanto como podían, pasaban horas conversando desde sus camas, evocando sus
familias, sus trabajos, sus amigos, sus viajes…
Cuando sentaban al enfermo de la ventana en su cama, éste pasaba su hora de tratamiento describiendo a su compañero lo que veía al exterior. Había un hermoso bosque en donde frecuentemente se veían animales.
Cuando sentaban al enfermo de la ventana en su cama, éste pasaba su hora de tratamiento describiendo a su compañero lo que veía al exterior. Había un hermoso bosque en donde frecuentemente se veían animales.
Un lago en donde
los cisnes nadaban y los niños entusiasmados hacían navegar sus barquitos a
vela. Un césped y un jardín en donde se diría que las flores habían sido
coloreadas por el arco iris. El enfermo del otro extremo del cuarto, desde
hacía días había comenzado a vivir de nuevo a través de las animadas escenas
descritas por su amigo de la ventana. Este le contaba que los jóvenes
enamorados caminaban unidos por el brazo. Más lejos dos esposos se divertían
con sus niños haciendo volar un barrilete.
Y ahora, cosa
inesperada, una banda de músicos uniformados con vivos colores pasaba a lo
largo del lago atrayendo los paseantes. Claro que la ventana cerrada impedía a
los enfermos oír la música. Lástima, pero evidentemente y a juzgar por el
entusiasmo de la gente descrito por el relator, debían tocar muy bien. Mientras
el hombre de la ventana describía las imágenes que desfilaban ante sus ojos, el
otro cerraba los suyos e imaginaba las pintorescas escenas. Los días y las
semanas pasaban, y cada día el hombre del fondo del cuarto esperaba con cierta
ilusión las descripciones de su amigo.
Una mañana, la
enfermera llegó para lavar a los pacientes, y encontró con tristeza el cuerpo
sin vida del enfermo de la ventana que se había ido paciblemente durante el
sueño. Llamó a los dependientes del hospital para que retiraran el cuerpo.
Tiempo después, y
tan pronto como le pareció oportuno, el otro enfermo, no sin tristeza pidió a
la enfermera si podía desplazarlo al lugar de la ventana. Esperaba ver por sus
propios ojos las coloridas imágenes que durante tantos días su amigo le había
transmitido.
La enfermera, contenta de poder proporcionarle ese servicio, lo cambió de lugar, y en cuanto constató que el enfermo estaba cómodo lo dejó sólo.
La enfermera, contenta de poder proporcionarle ese servicio, lo cambió de lugar, y en cuanto constató que el enfermo estaba cómodo lo dejó sólo.
Lentamente éste se
deslizó en su cama, hasta lograr incorporarse lo suficiente para mirar a través
de la ventana. Pero para su inesperada sorpresa, delante de él y pocos metros
hacia afuera, se interponía un enorme muro blanco.
Contrariado, el
enfermo preguntó más tarde a la enfermera, cuál razón habría llevado a su
compañero fallecido a describirle tantas falsas escenas. “Imposible que las
viera”, contestó la enfermera, su compañero era ciego, y evidentemente no podía
ni siquiera ver el muro de enfrente. El inventó todo, porque seguramente
deseaba comunicarle a usted la alegría de vivir.”
Con los ojos del alma me enseñó a ver mi abuelo, y a escuchar con el corazón, creo que le debo ese aprendizaje.
ResponderEliminar:-) sin duda un gran hombre .....
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